martes, 18 de diciembre de 2012

"Pero mientras vacilaba en el borde de la indecisión, en el vacío creado por la ilusión de la fuga, penetró su convicción original de que ante la auténtica maldad -y estaba seguro de que ésta era su perseguidora- abandonar sin lucha era una maldad igual o tal vez mayor. La maldad del fracaso y la cobardía. Uno podía pasarse la vida o infinitas vidas, sin enfrentarse jamás a un ataque como éste, dirigido contra la imagen que un hombre tiene de sí mismo. Mejor perder la vida defendiéndola que huir con el rabo entre las piernas y vivir el resto de tus días como un perro apaleado. Era un mal refugio que no le protegía del desprecio a sí mismo".

Mark Frost (La lista de los siete)

LO QUE QUEDA

Me agarro a cada amapola que pasa
con la ilusión de un niño,
como para olvidar este mundo gris.
Aunque sé que se esfumará,
como se fueron todas
las distintas formas de Ella.

Pasarán meses o años,
pero terminaré por sacudirme sus caras,
como quien se quita el polvo del camino.
Se me perderán sus gestos y sus voces
y el sabor de aquellos nervios
cuando esperaba en vano una respuesta.

Y sé que todo lo que queda
son veranos dípteros
y el azote del Cierzo en invierno,
trabajos inútiles y noches de televisor.
Entretanto,
alguna lluvia de estaciones indecisas.
Y la carretera,
otra ciudad y otra mudanza,
y el olvido permanente de lo que yo mismo he sido.

Empezar de nuevo: otras caras, nombres
que se perderán en la marabunta.
Empezar…
Nuevas direcciones, hacer mías
calles que antes fueron extrañas,
Un banco en algún parque
donde observaré jugar a niños ajenos.
Una cerveza nocturna y caricias de alquiler.

Al final, todo lo que queda soy yo.

Información sobre la conferencia "Ética medioambiental y paisaje" impartida en el ciclo "De los paisajes naturales a los antrópicos" el pasado mes de octubre en Orihuela (Alicante): 


domingo, 21 de octubre de 2012

Cada paso


Me concentro en cada paso.
Es lo único que me importa.
Alrededor, el paisaje se muestra borroso en los márgenes de mi perspectiva.

Una piedra me obliga a improvisar.

Pero tras el recodo...

Inmensidades,
dimensiones crecientes
del valle,
del río,
de la ladera que derrama mis sentidos,
de la rugosidad inexistente del matorral.
El camino que me estuvo esperando.

Fragancias,
nuevos sonidos que siempre tuve en mi memoria,
un aleteo libelular y apresurado
que imprime en mi párpado una huella azul:
reflejos de un envés en repeticiones innumerables.

Esto es todo lo que necesito.
No quiero saber nada más.
Ya olvidé todas las lecciones.

Todo se detiene...

Pero incluso entonces tu imagen me perturba por momentos.
Y me doy cuenta de que nunca estuviste aquí en realidad.
Y nunca estarás.

Yo...

No sé.
Continúo mi camino.

viernes, 13 de abril de 2012

YA NO HAY DESPEDIDAS

La lengua nos llevó allí.
O eso creía.
Pero la lengua no importa.
Nos entendemos porque queremos entendernos,
porque el origen o el acento no importan y porque nos une nuestro modo de ser.

Parece mentira que en tan pocos días
resucitarais el niño que fui,
limpiando las telarañas de mi pecho.
Yo sólo os di un saludo
y vosotros llenasteis mis mañanas de miel,
a pesar de la lluvia imprevisible,
de la migración sin pausa de las nubes.

El gris no nos pudo: llevamos dentro
el amanecer gualda del mediterráneo.
Y así lo derramamos en carcajadas,
por las calles de Oxford, de Londres,
y en el 1 ó el 10, que nos llevaban y traían por Cowley Road.
Así somos: no pueden cambiarnos.

Regamos con ruido feliz nuestros pasos,
con ruido amigable,
con ruido de buena gente: de Madrid, Barcelona o Cantabria,
de Extremadura o Navarra,
de Canarias o la Comunidad Valenciana,
de Italia, de Francia…
De todos lados.

Ruido de gente que se quiere
y que quiere compartir, conocer,
ofrecer a los demás un abrazo.

Si este ruido a ellos les molesta, es porque están muertos.

Me pregunto si siempre seremos así.
Espero que sí.
Quiero creerlo.

Yo
recordaré vuestra sonrisa, la de cada uno,
cuando se nuble mi cielo,
cuando me puedan los días,
cuando el Cierzo llame con su brazo negro a mi persiana
y ninguna pastilla me ayude a dormir,
cuando no tenga fuerzas para levantarme de la cama.

Me acordaré de vosotros,
de aquellas pocas semanas,
de aquellas clases,
aquella escuela de inglés,
aquellas copas,
aquellos paseos,
aquellas risas,
de aquellos inacabables monumentos de cultura, los colleges,
que no fueron
sino el decorado de nuestra historia: los protagonistas éramos nosotros.

Me acordaré de aquella espontánea despedida,
en el último autobús y después fuera,
aquellas palabras que no me merecía,
pero a vosotros os sobraba el afecto,
el calor de nuestro país.

Y así, de ese recuerdo,
de ese último abrazo,
reconstruyo mis escombros,
abastezco mis bolsillos
y vuelvo a crecer,
convencido de que en nuestros días ya no hay adioses
si nosotros queremos.

Nos veremos,
nos oiremos,
nos leeremos,
estamos aquí y allá, pero estamos cerca,
estamos llenando de luz el cielo de Oxford,
estamos en el viento,
sembrando de risas el aire,
aunque no nos quieran servir en sus bares –de nuestra risa nos embriagaremos-,
estamos ahí, volveremos
hasta que se les caiga su máscara absurda,
hasta que rían también ellos, hasta que comprendan.
Y hasta que aprendan a vivir.
No pueden cambiarnos.

Por eso volveremos,
porque estamos allí, todos juntos.
Seguiremos estando siempre.
En Oxford, en el recuerdo,
en una gota de tiempo que sucedió una vez
y quedó suspendida en este río incesante.

No,
hoy ya no hay despedidas,
de eso estoy seguro.

Amigos:
hola a todos.


(M.Burgui. Oxford, U.K. Agosto de 2008.)