viernes, 13 de abril de 2012

YA NO HAY DESPEDIDAS

La lengua nos llevó allí.
O eso creía.
Pero la lengua no importa.
Nos entendemos porque queremos entendernos,
porque el origen o el acento no importan y porque nos une nuestro modo de ser.

Parece mentira que en tan pocos días
resucitarais el niño que fui,
limpiando las telarañas de mi pecho.
Yo sólo os di un saludo
y vosotros llenasteis mis mañanas de miel,
a pesar de la lluvia imprevisible,
de la migración sin pausa de las nubes.

El gris no nos pudo: llevamos dentro
el amanecer gualda del mediterráneo.
Y así lo derramamos en carcajadas,
por las calles de Oxford, de Londres,
y en el 1 ó el 10, que nos llevaban y traían por Cowley Road.
Así somos: no pueden cambiarnos.

Regamos con ruido feliz nuestros pasos,
con ruido amigable,
con ruido de buena gente: de Madrid, Barcelona o Cantabria,
de Extremadura o Navarra,
de Canarias o la Comunidad Valenciana,
de Italia, de Francia…
De todos lados.

Ruido de gente que se quiere
y que quiere compartir, conocer,
ofrecer a los demás un abrazo.

Si este ruido a ellos les molesta, es porque están muertos.

Me pregunto si siempre seremos así.
Espero que sí.
Quiero creerlo.

Yo
recordaré vuestra sonrisa, la de cada uno,
cuando se nuble mi cielo,
cuando me puedan los días,
cuando el Cierzo llame con su brazo negro a mi persiana
y ninguna pastilla me ayude a dormir,
cuando no tenga fuerzas para levantarme de la cama.

Me acordaré de vosotros,
de aquellas pocas semanas,
de aquellas clases,
aquella escuela de inglés,
aquellas copas,
aquellos paseos,
aquellas risas,
de aquellos inacabables monumentos de cultura, los colleges,
que no fueron
sino el decorado de nuestra historia: los protagonistas éramos nosotros.

Me acordaré de aquella espontánea despedida,
en el último autobús y después fuera,
aquellas palabras que no me merecía,
pero a vosotros os sobraba el afecto,
el calor de nuestro país.

Y así, de ese recuerdo,
de ese último abrazo,
reconstruyo mis escombros,
abastezco mis bolsillos
y vuelvo a crecer,
convencido de que en nuestros días ya no hay adioses
si nosotros queremos.

Nos veremos,
nos oiremos,
nos leeremos,
estamos aquí y allá, pero estamos cerca,
estamos llenando de luz el cielo de Oxford,
estamos en el viento,
sembrando de risas el aire,
aunque no nos quieran servir en sus bares –de nuestra risa nos embriagaremos-,
estamos ahí, volveremos
hasta que se les caiga su máscara absurda,
hasta que rían también ellos, hasta que comprendan.
Y hasta que aprendan a vivir.
No pueden cambiarnos.

Por eso volveremos,
porque estamos allí, todos juntos.
Seguiremos estando siempre.
En Oxford, en el recuerdo,
en una gota de tiempo que sucedió una vez
y quedó suspendida en este río incesante.

No,
hoy ya no hay despedidas,
de eso estoy seguro.

Amigos:
hola a todos.


(M.Burgui. Oxford, U.K. Agosto de 2008.)